Empezamos la jornada con un madrugón de los que “para nada hacen afición” presentándonos ante el forestal con el que tenía que cazar. Partimos a pie desde la misma casa de los forestales, no tardando en avistar varias corzas pastando en los claros de monte. A media mañana hicimos la entrada a un bonito macho que finalmente no nos dio ninguna opción de disparo.
Por la tarde, el forestal nos comentó que había un pequeño prado en el que los corzos salían a pastar con la caída de la tarde. Su idea era hacer una espera y apostarnos en un alto dando cara al regato por donde tenían su querencia los corzos. Y así fue. Hacia las siete y media hizo su aparición el macho que estábamos esperando. Bajaba tranquilo, ramoneando zarzamoras y otros frutos silvestres sin reparar en nuestra presencia. Confiado continuó descendiendo hasta ponerse a una distancia de unos cien metros, momento que aproveché para romper el silencio del bosque y cumplir uno de mis sueños.
Tras el disparo nos acercamos al animal y aún con un alto nivel de adrenalina no pude evitar exteriorizar mi alegría dando a mis acompañantes el típico abrazo de satisfacción. Pasados los instantes de euforia, comprobamos que se trataba de un precioso ejemplar adulto con un más que aceptable trofeo.
Una vez desollada la pieza y liquidadas la tasas, volvimos a nuestro alojamiento en Villoslada de Cameros, donde nos homenajeamos con una buena cena y los posteriores tónicos digestivos. Al día siguiente vuelta a casa con una magnífica experiencia más en nuestro zurrón.