
En el mes de marzo surgió la posibilidad de cazar con un amigo al que no veía desde hacía tiempo. Y además, hacerlo por partida doble, como si de la eliminatoria de un evento deportivo se tratase. Primero un servidor rececharía un corzo en tierras de Castilla y posteriormente sería mi anfitrión corcero quien devolviese visita para recechar un arruí en pagos del Cid.
La «ida» tuvo lugar a principios del mes de abril en la Sierra de Guadarrama, en un coto cinco estrellas. Viajé a tierras castellano leonesas con la ilusión de siempre cuando voy a cazar pero con la tranquilidad y el sosiego de quien siente la caza como diversión.
Arribé temprano a mi destino, a media tarde, aprovechando hasta la llegada de mi anfitrión para dar un vuelta por el pueblo, tomar café y departir con los lugareños. Algo que me llena especialmente es la acogida de las gentes de los pueblos, da gusto.
Mi gran alegría se produjo al ver de nuevo a Pepe. Tras la entrañable bienvenida nos dispusimos a efectuar la primera salida al monte. Una de las tantas cosas buenas de los pueblos es que todo se encuentra cerca, como el cazadero, dos minutos de coche y ya se encuentra uno en plena naturaleza.
Nada más poner pie en tierra divisamos un par de corzos bastante enmontados. Durante más de media hora larga tratamos de comprobar si se trata de un macho que merezca la pena entrar, pero no está por la labor de poner las cosas fáciles. Poco después se deja ver un nuevo corzo entrando en una de las siembras, un machete con seis puntas de futuro esperemos que prometedor. Nos lo tomamos con calma, confiando en que se pueda presentar un ejemplar de mayor porte que Pepe ha controlado en la zona los días previos.

La tarde transcurre entre nubes y claros, temperatura agradable y alguna que otra racha de viento cuando se vislumbra una corza en las camperas situadas detrás de la siembra. A primera vista no se encuentra acompañada pero minutos más tarde tiene lugar la bella escena del macho dominante expulsando a varios de sus congéneres masculinos de las inmediaciones de la siembra. Ahí lo tenemos, justo el macho que estamos esperando plantado en mitad de la siembra, posando orgulloso cornamenta al cielo proclamando un «aquí estoy yo» para nuestro deleite, elegancia en grado máximo. Prismáticos en mano, prácticamente al unísono sale por nuestras bocas un: «Éste sí, vamos a por él que merece la pena».
Con presteza nos dirigimos hacia el lugar, bordeando las siembras a la vez que ganamos la altura suficiente para comenzar la entrada sin delatar nuestra presencia con el viento. Con todo a nuestro favor, iniciamos la aproximación. Aprovechando la cobertura de majuelos y sabinas descendemos con cautela hasta el punto en el que acometer el lance, a unos ciento y pocos metros del macho, que continúa impasible dando buena cuenta de la tierna siembra. No así la hembra, que con sensibilidad y astucia extrema se ha desplazado hasta el linde de la siembra en lo que parece la antesala de una más que inmediata evasión.

Hay que espabilar, la hembra se va a llevar al macho a la voz de «ya». Cuerpo en tierra, apoyo el rifle sobre el macuto de la mejor forma posible, centro la cruz del visor en el macho (pocas veces he tenido uno tan a huevo) y …. ¡piiiiiimba! Fallo garrafal, seré manta. La pareja de corzos emprende huida adentrándose en el pinar cuando tras unos instantes el macho aparece en el testero de enfrente. Esperando una parada en su carrera, me sirvo del trípode para el apoyo y aguardo mi segunda oportunidad… ¡baaang! Un certero disparo que impacta en el cuello del corzo haciendo que éste caiga a plomo.

Tras las sentidas felicitaciones, es el momento de acercarnos hasta el corzo. Gratísima sorpresa nos llevamos al confirmar que es un buen macho. Mi más sincera felicitación por la gestión que se está llevando a cabo en el coto. Gracias de corazón Pepe. Tenemos pendiente el «partido de vuelta».
