Esto es lo que me sucedió precisamente con este corzo. No tenía ni la más remota idea de su existencia hasta que por arte de magia, o mejor dicho, por obra y gracia de las hormonas, vaya usted a saber debajo de qué piedra salió.
Llevaba varios días en el cazadero sin parar, para arriba y para abajo escudriñando cada rincón, prácticamente sin avistar un sólo corzo. No había nada de celo, pero calor todo el habido y por haber. Y lo mejor que podía pasar, pasó. Cayó un buen chaparrón, los corzos se mojaron los lomos y las hormonas empezaron a flotar en el ambiente. Suerte que su irrupción no pasase inadvertida.
Al día siguiente lo volví a intentar, también sin suerte. Entró muy tarde, de madrugada, pero al menos ha dejado constancia de su visita. La noche siguiente regresa de nuevo. Eso sí, su entrada se produce tres horas antes que en su visita anterior, lo que me hace pensar que quizás la próxima noche pueda incluso adelantar su visita en el tiempo. Pero no es así, la visita se produce, sí, pero no por la noche, sino al alba de la mañana siguiente. Parece que se ha aquerenciado. Es momento de intentar pillar al visitante in fraganti.
En este caso, la estrategia pasa sí o sí por llegar al cazadero y apostarme aún de noche. Últimamente no llevo nada bien tener que madrugar para cazar, pero no queda otra si se quiere tener alguna opción en estas jornadas veraniegas. Con todo preparado, es hora de dejarse caer en brazos de Morfeo.
A las 05:00 horas suena el despertador. Me levanto de un salto y en unos minutos estoy saliendo por la puerta ataviado con los archiperres. De camino al monte repaso una y otra vez la jugada. Llego a mi apostadero como un reloj, a las 06:00 horas en punto. En el argot cinegético, mi ubicación se encuentra en un “puesto de balcón”, dando vista a un pequeño claro dentro del carrascal y a un desfiladero con un valle central. El claro de monte, pastadero del corzo en los últimos días, es donde espero su aparición.
No se escucha ni un rumor. La calma es total. Con la silla y el trípode en posición, ya sólo queda esperar y disfrutar del alba. Estos momentos te dan la vida.
Tres cuartos de hora más tarde, con los primeros rayos de sol, aparece una corza y comienza a pastar en el clarete, que se encuentra a un centenar de metros de mi ubicación. No se mueve una brizna de aire. La tonalidad rojiza de la corza expuesta al sol ofrece una estampa de foto. Pero no me quiero despistar un instante con la cámara. Apunto de recibir los primeros rayos de sol en mi postura y con la corza centrada en sus quehaceres alimentarios, me percato que hay un bulto en el fondo del valle. Los prismáticos confirman que es un corzo, un macho. Nada más verlo sé que se trata del que estoy esperando, si bien no le esperaba allí abajo.
Instintivamente me tiro al suelo, coloco la mochila y acomodo el rifle. El telémetro indica una lectura de 253 metros. Distancia asumible desde mi ubicación.
El macho está ramoneando con toda tranquilidad, de frente hacia mi, sin ofrecer ninguno de sus dos flancos. Encarado con el 270wsm, voy siguiendo sus movimientos mientras ralentizo mi respiración. Instantes después el corzo se gira, poniéndose a tiro. Coloco la cruz filar del visor sobre el codillo, quito el seguro, monto el pelo y acaricio suavemente el gatillo …… ¡piiiiiiimba!
Se hace el silencio. Lo primero que pienso es que he fallado. Veo que un bulto se para junto a una carrasca, pero al mirar bien compruebo que es la corza. Uf, qué alivio. Vuelvo con el visor a la ubicación del disparo y veo al macho tendido inmóvil. He hecho blanco. Un disparo certero. ¡Un lance espectacular! Abate sin sufrimiento para el animal. Ni se ha enterado.
Con los efectos de la adrenalina aún presentes, los cinco minutos siguientes los dedico a visionar mentalmente el lance unas cuantas veces. Sin duda uno de los mejores de mi vida. El único “pero” es que me hubiera gustado estar acompañado y compartirlo. La caza son momentos, experiencias vitales únicas e irrepetibles. En mi caso, no hay nada que me produzca mayor gozo que compartir mi afición con quienes quiero o aprecio.
Dignificando tan magnífico animal y tras inmortalizar el momento en instantáneas, hago acopio de carne y cierro el capítulo como se merece.
Saludos y buena caza.
Javier Robles (Condevito).